Probablemente fue la intelectual más famosa del siglo XX, todo un símbolo cultural, una celebridad en sí misma.
Ensayista, novelista y activista política, Susan Sontag (1933-2004) cambió de manera radical el modo en que los pensadores ocupaban el espacio público y se convirtió en un ícono, simbolizado visualmente por ese rebelde mechón de pelo blanco que adornaba sus oscuros cabellos.
Pero Susan Sontag no siempre fue Susan Sontag. Primero fue Susan Lee Rosenblatt, hasta que a los 11 años adoptó el apellido de su padrastro y contra todo pronóstico comenzó a vislumbrar que se convertiría en una celebridad.
El escritor estadounidense Benjamin Moser dedicó siete años a analizar esa impresionante transformación, así como toda la vida de esa imponente intelectual.
El resultado es un libro extraordinario, galardonado con el Premio Pulitzer 2020 de biografía, que se titula “Susan Sontag, vida y obra” (Editorial Anagrama).
¿Cuál diría que es el legado más importante de Susan Sontag?
Creo que el ejemplo de lo que es ser un intelectual en el espacio público, el mostrarnos cómo podemos utilizar la sabiduría académica, cultural o artística para cambiar las vidas de las personas en el mundo real.
¿Y la sombra más oscura en su biografía?
Todo el mundo tiene sombras. Y las personas más extremas, como es el caso de Susan Sontag, tienen tal vez sombras más negras que los demás, pero eso forma parte de la personalidad total.
Para mí lo que nos ha dejado Susan, tanto por lo bueno como por lo malo, es un legado muy rico.
Susan Sontag tuvo una vida personal complicada. En su infancia tuvo una madre con problemas de alcoholismo y se casó muy joven, a los 17 años. ¿Cómo afectó todo eso su posterior desarrollo como intelectual?
Como todo el mundo, ella tuvo problemas cuando era niña, pero fueron quizás más extremos: perdió a su padre muy joven y creció en un completo desierto cultural. Tuvo que esculpirse, crearse a sí misma.
Las dificultades iniciales de su vida me han impresionado mucho, porque son dificultades que mucha gente no supera.
Yo creo que gran parte de su fuerza viene de esas carencias que tuvo cuando era joven.
Sontag se hizo famosa relativamente pronto, con poco más de 30 años. ¿Qué la catapultó a la fama siendo tan joven?
Para mí eso es un misterio.
Sontag no tenía en principio nada para ser una celebridad: fue una niña que se crió en su cuarto leyendo a Thomas Mann solita, no había nada entonces que indicara que se iba a convertir en alguien famoso.
Pero lo increíble es que ella sí lo sabía. Desde siempre. Es fascinante que en sus diarios, ya a los 14 años se está dirigiendo a su biógrafo futuro.
Ya en ese entonces sabía que tenía algo que, aunque no sabe exactamente qué es, la llevará a ser algo especial.
Es cierto que eso podría haber sido una fantasía de la niñez, pero la verdad es que aunque se casó muy joven, tuvo un hijo a los 19 años, vivió en grandes ciudades, pero no en capitales y ni siquiera era profesora sino la esposa de un profesor, nadie había llegado nunca a ser tan famosa con las cosas que ella hizo.
Todavía hoy hay muchas mujeres que quisieran repetir su éxito, y es muy difícil, nadie ha alcanzado lo que ella alcanzó.
Sontag se hizo famosa sobre todo a raíz de su ensayo “Notes on Camp”, donde trataba un tema del que entonces apenas se hablaba: la homosexualidad.
No se hablaba de eso, pero estaba empezando a hablarse.
Ese ensayo fue la llave para la transfiguración completa de esa niña bibliotecaria en un personaje famoso que se codeaba con Jackie Kennedy y muchas otras celebridades.
En la sociedad estadounidense y occidental había entonces una revolución muy honda en la que se manifestaron prácticamente tres grupos: los negros, que querían acabar con una jerarquía de raza que se había mantenido durante 300 años; las mujeres, protagonizando una revolución feminista que atacaba los cimientos de una sociedad en la que el papá estaba arriba y la mamá abajo; y había también en marcha una incipiente revolución homosexual que deseaba acabar con la jerarquía heterosexual.
“Notes on Camp” fue una amenaza muy agresiva contra esas jerarquías, le dio un gran impulso a todos los que soñaban con un mundo nuevo y con el fin de esas jerarquías.
Susan Sontag se convirtió en el símbolo de esa revolución.
No deja de ser curioso, como usted señala en su libro, que luego muchas feministas le reprocharan el no haberse comprometido más con la causa de las mujeres…
Lo primero es que la palabra “feminista” no significaba hoy lo mismo que hace 50, 30 o incluso 10 años.
Yo tengo 44 años y cuando yo estudiaba, la palabra “feminista” era una palabra que casi no se usaba, o que usaban las chicas más radicales. En general, a las feministas se las consideraba agresivas, mujeres a las que no les gustaban los hombres…
Hoy todo el mundo se dice feminista, hasta quien no lo es.
Susan era una persona que estaba profundamente comprometida con los derechos de las mujeres. Pero el feminismo cambió mucho en los años 70, y le exigía una postura nueva, escribir desde una posición de mujer y no caer en lo general.
En español, por ejemplo, si tienes a 500 mujeres y a un solo un hombre dices “los”, no “las”, es algo que está en la gramática, en el cerebro de mucha gente está la idea de que lo general es lo masculino. El movimiento feminista pedía cambiar eso para dar espacio a la mujer, a la voz femenina.
Y Sontag no quería estar en una posición de minoría. Yo lo entiendo, pero al mismo tiempo creo que se quedó un poco atrás en el tiempo.
Con el movimiento homosexual también tuvo sus encontronazos…
Sí. Por el mismo tipo de análisis con el que en los años 70 tuvo encontronazos con el mundo feminista, porque al final uno tiene que decir quién es, porque no puede esconderse detrás de una máscara como si fuera una estatua griega.
Susan Sontag era lesbiana, todo el mundo lo sabía, no era un secreto escondido.
En aquella época los homosexuales eran atacados por todos los partidos en Estados Unidos, fundamentalmente por el partido republicano.
Los gays eran un grupo marginalizado y no tenían una cara, porque dar la cara entonces te costaba tu familia, tu hogar, tu empleo…
Era importante mostrar los rostros, para poder decir que los gays somos personas normales, que no hay que temernos sino ayudarnos porque estamos muriendo, han muerto ya más 40 millones de personas por sida.
Y Susan Sontag no dio la cara, es una lástima pero no la dio.
¿Y por qué no la dio? Ella estaba en la situación de poder darla, ¿no?
Claro, la sociedad había cambiado mucho, pero era ya era mayor y había vivido toda su vida en una sociedad en la que la homosexualidad era tabú.
Yo creo que sentía vergüenza de ser lesbiana.
Por aquel entonces la sociedad te decía que si eras gay era porque no habías hecho un esfuerzo importante para no serlo, la idea imperante era que ser homosexual era un fracaso fisiológico, psicológico o emocional y que uno lo tenía que superar.
Y, por desgracia, la mujer tal vez más inteligente del siglo XX se lo creyó, como se lo creyó otra mucha gente.
Sontag descubrió que era lesbiana con la dramaturga cubano-americana Irene Fornés. Fue con ella con la que tuvo su primer orgasmo, a los 26 años, ¿no?
Se supo lesbiana mucho más chica, como a los 12 años. En sus diarios quería ser honesta y confiesa que es lesbiana muy, muy niña.
Con Irene Fornés lo que descubrió fue el orgasmo.
Hoy todo el mundo sabe que puede tener un orgasmo, es algo muy básico, pero una mujer que ha estudiado el tema y que es de edad avanzada me decía que en sus tiempos ellas no sabían nada de eso, nadie hablaba del tema, era un asunto totalmente escondido.
Las chicas se casaban muy jóvenes y muchas se morían sin haber tenido nunca orgasmo, sin saber lo que era.
Descubrir el orgasmo era un gran momento en la vida de una mujer, me decía esa señora, un poco reprochándome el que no hubiera enfatizado más ese momento en mi libro.
Yo soy hombre, pero tal vez incluso para una mujer moderna es difícil imaginarse hoy lo que era vivir sin saber que existían los orgasmos.
Sontag dijo que descubrir el orgasmo no sólo había sido su salvación, sino el nacimiento de su ego. ¿Qué representó el orgasmo para ella?
La posibilidad de ser una persona completa, de no ser una cabeza que andaba por casualidad en un cuerpo, sino una cabeza en un cuerpo. El poder unificar la cabeza y cuerpo.
Usted descarta que fuera bisexual, a pesar de que tuvo affaires con Robert Kennedy, con Warren Beatty, con Richard Goodwin…
Bisexual es un término que a veces resulta un poco difícil.
Ser bisexual no significa necesariamente que te hayas acostado con personas de los dos sexos. Para mí la sexualidad es donde está tu orientación emocional, no lo que haces en la cama.
Cuando leí el diario de Sontag, que son más de 100 volúmenes, no hay ningún momento, nunca, en que esté emocionalmente comprometida con un hombre.
Intelectualmente sí lo estuvo con varios, y con hombres que eran muy guapos, como los Kennedy o actores de Hollywood que pasaron por su cama, pero sus amores, las pasiones, eran siempre mujeres. Siempre.
En su tiempo creó mucha polémica el ensayo de Sontag “What’s happening in America?”, en el que aseguraba que la raza blanca era el cáncer de la historia humana. ¿Qué sentido le atribuyó exactamente a esa frase y cómo afectó a su reputación?
Bueno, tenemos que acordarnos de lo que estaba pasando en Estados Unidos por aquel entonces.
Nosotros hemos llegamos ahora al final de Donald Trump, que ha sido una cosa horrible para todo el mundo, un loco que nos ha comandado durante cuatro años.
Pero mucho peor que Trump fue la guerra de Vietnam. Muchísimas personas murieron en un país que a Estados Unidos nunca le había hecho nada.
Año tras año tras año había bombas y más bombas, muertos y más muertos, cadáveres y más cadáveres. Todo el mundo protestaba y nadie hacía caso.
En ese contexto, como ha ocurrido en los cuatro años de Trump, la gente se vuelve un poco loca y, en caliente, dice cosas que tal vez no sean exactas, científicas.
A Susan Sontag creo que le pasó un poco eso, pero le ocurrió a mucha gente, casi todo el mundo dijo en los años 60 cosas parecidas a las que dijo ella, era algo bastante común.
¿Cómo explica que consiguiera mantener su celebridad y su primacía como intelectual durante tanto tiempo, durante 50 años?
Increíble, ¿verdad?
Hay algunos momentos en los que ella desaparece un poco, como cuando se va dos años a Francia, pero creo que lo consiguió priorizando lo humano y juntando el arte con la política, con la sexualidad, con el feminismo y con todo lo que estaba ocurriendo, y explicando a la gente lo que estaba pasando, una función que el periodismo no puede siempre hacer.
En un momento como la actual pandemia de coronavirus, por ejemplo, no se trata de contar cuántos muertos ha habido el viernes en una determinada ciudad, sino de explicar por qué tenemos esta pandemia y cómo podemos entenderla.
Susan Sontag le daba eso a los estadounidenses y al mundo.
Tuvo un cáncer muy grave de pecho a los 42 años. ¿Cómo la cambió el pasar por esa experiencia?
Fue algo inesperado. Un día, por una casualidad, se enteró de que estaba casi muerta, que tenía un cáncer fase 4. De la noche a la mañana descubre que está al borde de la muerte, y de hecho casi muere.
Pasó varios años con operaciones, quimioterapia y tratamientos horribles, fue un viacrucis total.
De un día para otro cambia su visión: ya no es una niña prometedora, como lo había sido, sino que se convierte en una mujer que está luchando por su vida.
Esa experiencia de sufrimiento afecta a toda su obra posterior.
Sontag fue una mujer abiertamente de izquierdas. ¿Cambió a lo largo de los años su visión sobre el comunismo?
Mucho, mucho. Para mí fue muy interesante descubrirlo, porque Estados Unidos no es como Italia, España o Francia, donde había una base comunista o socialista. Eso no existía en EE.UU. Yo quería saber qué significaba ser comunista ahí.
Pero el comunismo significaba una cosa en los años 20, otra cosa en los 30, otra en los 40…. Significaba una cosa para los judíos, otra para los californianos, otra para las mujeres… Es algo muy complejo.
Yo creo que al final de su vida Sontag había renunciado un poco a las soluciones radicales y se interesaba por cosas más pequeñas, menos revolucionarias, pero también muy importantes, como la vejez o la defensa de la libertad de expresión -como en el caso de Salman Rushdie con el ayatolá Jomeini-, la defensa de la libertad de orientación sexual, la igualdad entre los hombres y las mujeres…
Son cosas que consideramos tan básicas que con frecuencia pensamos que no necesitan defensores, pero ahora sabemos que son cuestiones amenazadas diariamente.
Yo creo que ella desempeñó ese papel con mucho éxito.
La última relación de Susan Sontag fue con la conocida fotógrafa Annie Leibovitz, a la que usted entrevistó para su libro…
Ella al principio no quería hablar conmigo. Temía que priorizara la perspectiva del hijo de Susan, con el que no se llevaba bien, algo que nunca fue mi intención porque yo nunca trabajo así.
Le dije a Annie que si no tenía sus palabras no tendría voz en mi libro, lo consideró y a partir de ahí hablamos mucho.
En un matrimonio, en una pareja compuesta por dos personas muy famosas, como es el caso de ellas dos, todo el mundo tiene sus opiniones, hay muchos chismes….
Pero sólo la pareja sabe lo que pasa en su interior, y para Annie su relación con Sontag fue una experiencia de amor. Con sus dificultades, como mucha gente ha señalado, pero una experiencia de amor.
¿Por qué fue tan difícil la relación en los últimos años entre Sontag y su hijo?
Sontag casi no tuvo un padre ni una madre, su hijo era la única cosa estable en su vida. Pero él quería irse, marcharse, como hacen los hijos.
Había llegado a los 40 años y aún estaba su mamá pendiente de él.
Creo que era una relación que los estrangulaba a los dos, porque para ambos la otra persona era la más importante de su vida y, al mismo tiempo, la persona de la que querían escapar.
Usted ha estudiado a Sontag en profundidad durante siete años. ¿Hay algo de ella que aún no entiende?
Sí y no. Hay algunos detalles que no he entendido y de los que me gustaría saber más, no estoy de acuerdo con todo lo que hace, hay decisiones suyas que no me gustan, hay libros suyos que son menores, pero a ella como persona la entiendo.
Si no la hubiera entendido no habría podido escribir el libro.
Miro a Susan Sontag y sé quién es. Para mí es como si fuera alguien de mi familia, como si fuera mi hermana.
Pero también quiero mucho a mi hermana y, aunque la entiendo, no estoy de acuerdo en todo con ella.
¿Seguirá Susan Sontag intelectualmente viva dentro de 50, de 100 años?
Ojalá. Por eso escribí este libro.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombianadel 22 al 31 de enero de 2021.